lunes, 30 de julio de 2012

Capítulo III

Mi despertar fue algo glorioso, brillante, fue un momento importante en mi vida. Llegó porque fue creciendo la necesidad en mi alma de ser yo misma de nuevo.
Hubo un tiempo de angustia, en el que parecía imposible conseguirlo. Era como estar en un lago, bajo el agua, sentir que me ahogaba y no poder salir a la superficie por mucho que me esforzara.
Y cuando hablo de despertar, es algo literal. De pronto, un día, abrí los ojos y descubrí que había estado soñando. Y que el poder estaba en mí. Que el lago había sido una pesadilla que había creado mi mente. La mente, siempre creyendo que ayuda, y lo único que hace es estorbar. Tanto pensar y pensar, tanto buscar soluciones, y la respuesta estaba en vivir, en sentir, en dejar de pre-ocuparme y empezar a ocuparme de mi misma. Sé que estas son palabras que escuchas y no sabes poner en práctica cuando aun no has despertado de la pesadilla, pero llega el momento en que todo está claro.
La situación de pareja no iba bien y empezó a ir peor cuando yo comencé a hacer cursos, a salir, a tener amigos. Hubo gritos, amenazas, portazos... Pero ya nada importaba. Ya nada ni nadie iba a frenar mi decisión.
Daba largos paseos por la playa, al atardecer, viendo ponerse el sol y salir la luna. Cada noche veía cómo iba cambiando la posición de esa luna que se hizo mi compañera. Compartí ese momento con otra mujer, que pasaba por un trance parecido al mío y nos contábamos nuestros sentimientos y nuestros proyectos. Nos reíamos y disfrutábamos de nuevo, como durante tanto tiempo no habíamos podido hacerlo. Casi se nos había olvidado pasarlo bien, hacer locuras. Tomábamos vino blanco, mientras nos bañábamos de noche en la piscina, o quedábamos en su casa para ver una película hasta tarde, comiendo langostinos y patatas fritas al vinagre. Pequeñas cosas que eran la confirmación de mi libertad. También surgieron algunos amores, de esos que te hacen sentir viva, bella, deseada, importante...
Incluso dejé mi trabajo para poner un pequeño negocio, que me ayudó a desarrollarme como persona.
Fueron unos años de recuperación, de re-conocimiento, de proyectos, que me dieron seguridad en mí misma de nuevo.
Hoy doy gracias a los que estuvieron en aquel tiempo a mi lado, queriéndome y apoyándome, porque colaboraron con su cariño y su energía en mi despertar.
Referente al amor, yo miraba con admiración a esas parejas de amantes que crecían personal y espiritualmente juntos. Que se comprendían, que se apoyaban mutuamente. Mi compañero había tenido siempre mi ayuda, mi admiración, en su carrera profesional, pero cuando yo le contaba mis proyectos, rompía mis sueños y encadenaba mi alma, para que nunca pudiera cumplirlos. Decía que me amaba, pero eso no era amor. Me cuidaba, me protegía, como se cuida y se protege a un pajarito en una jaula. Me acariciaba y me hacía dependiente de su amor, sus halagos y sus caricias.
Ahora estaba feliz de no depender de nadie...
Mis hijos mayores ya no estaban conmigo y el pequeño era un hombrecito de ocho años, que me acompañaba a casi todas partes.
Las experiencias de los hijos con relación a los padres son algo que marca a las personas. Yo llevo a mis espaldas, como una penitencia, no haberles dado a mis hijos un hogar más estable, con un padre más normal, cariñoso y preocupado por su educación, o al menos una madre menos ciega y que hubiera luchado por sus derechos. Les di mucho amor, pero creo que podía haber hecho mucho más, aunque no supe.
No llegué a vivir sola con mi hijo. Aún vivía en la misma casa con el padre de mis hijos, aunque ya cada uno hacía su vida, y fue entonces cuando me volví a enamorar. (Continuará)



No hay comentarios:

Publicar un comentario